Poner límites en la educación de los hijos. ¿Por qué?, ¿cómo?, ¿cuándo?

Publicado por el 8 enero, 2013 en Educación, Psicología educativa

Madre e hijaLa educación, no en el sentido puramente académico de la palabra, si no, más bien en lo que se refiere a la crianza de los hijos, o sea, cubrir tanto sus necesidades fisiológicas, como afectivas y servir como hilo conductor de aquellas normas sociales con las que se deberán enfrentar en un futuro los hijos, no es tarea fácil, pero sí fundamental para los pequeños. Dentro de esta encomiable labor que es la crianza, se encuentra la importancia de establecer una serie de límites con los que se deberán desenvolver los niños en su más pronta infancia, hasta que estos logren interiorizar los mismos o imponerse los suyos propios, o bien, obrar en consecuencia de sus actos. O lo que es lo mismo, ser adultos.

¿Por qué es importante establecer unos límites?

La finalidad, en sí misma, de la crianza de los hijos, es ayudar a estos a que desarrollen su personalidad y crecer como seres humanos para poder, finalmente, ser autónomos  y poder desenvolverse en la vida sin depender de sus progenitores. Parte de esta vida, transcurre en una sociedad o grupo de personas cuya convivencia y costumbres se rigen por una serie de normas, las cuales la persona habrá de aceptar, adaptándose a ellas, o bien rechazar o no acatar, asumiendo la reacción que esto pueda generar en el resto del grupo. Los padres, mediante la imposición de límites, actúan entonces como sujetos introductorios del niño en esta serie de normas sociales, las cuales irá encontrando a lo largo de su vida y le permitirán adaptarse poco a poco en este nuevo entorno para él. Las normas y límites son, por tanto, necesarios para introducir al individuo en la sociedad.

Además éste, poco a poco, ha de asumir que no puede tener y hacerse con todo aquello que desee, ¿quiere decir esto que el niño se frustrará y terminará por ser un frustrado? El niño se frustrará, lo cual es inevitable y necesario, aunque no quiere decir que vaya a ser un frustrado. Cuando el recién nacido llega al mundo, ve colmada su necesidad con gran prontitud. En ese momento basta con llorar como para recibir inmediatamente la atención de la madre, el pecho y el alimento proporcionado por este. Pero la madre pronto tendrá que prestar atención a otros asuntos no relativos al cuidado de su bebé, ya sea sus amistades, su trabajo, cualquier labor que necesite hacer en el hogar, etc. Entonces, el pequeño verá frustradas sus expectativas y tendrá que esperar a que su necesidad sea satisfecha. A medida que esto ocurra, la persona irá aprendiendo a esperar para lograr aquello que necesite y generará lo que se llama tolerancia a la frustración, lo que quiere decir que, aquello que un día le hacía sentir frustrado, dejará de frustrarle, desarrollando esa capacidad de esperar a obtener la gratificación que necesite. El establecimiento de unos límites adecuados incluso facilitará que la persona tenga una mayor capacidad de lograr aquello que se proponga, al no sentirse frustrado, ante la más mínima adversidad, en la lucha por conseguir unos objetivos en su vida. Por el contrario, aquellas personas que no han tenido que adaptarse a una serie de límites en su infancia, no desarrollarán esa misma tolerancia a la frustración y, ante casi cualquier adversidad, se sentirán frustrados y probablemente lleguen a sentir rabia hacia ellos mismos, o hacia cualquier otra persona, al no poder soportar esa sensación y no cumplir sus objetivos. En definitiva, si no quieres tener un pequeño dictador en casa, que más adelante se hará mayor, es mejor establecer estos, lo cual no supone maltratar, a la vez que es importante para su aprendizaje.

¿Cómo han de ser los límites?

  1. Han de ser claros y concisos. No ambiguos. O sea, no decirle “no te portes mal”, puesto que el pequeño probablemente no distinga entre aquello que está bien y está mal. O lo que es peor, probablemente no sepa diferenciar entre lo que el padre o la madre considera que está bien o está mal. Las normas han de decirse como en los siguiente ejemplos: “no metas los dedos en el enchufe”, “no tires el agua al suelo”, etc.
  2. El niño ha de saber qué esperas de él y cuando está sobrepasando la frontera. De lo contrario no aprenderá las normas de manera adecuada y sentirá una gran inseguridad.
  3. Que sea un límite factible, concreto y real, con consecuencias claras. Va a resultar muy difícil que un adolescente, con 17 años, acepte llegar a casa un sábado a las 21:00. O bien, que un niño de seis años esté en la sala de espera del médico durante una hora sin hablar ni moverse.
  4. Ha de ser conciso y breve. No es lo más adecuado dar grandes sermones y recurrir a frases como “cuando seas mayor…”, “la vida es muy dura”, etc.
  5. Cumplir con lo establecido. No hay mejor forma de animar a no cumplir unos límites que amenazar con las consecuencias que tien hacer algo y no cumplirlo. No es recomendable decir: “¿Qué te dije?”, “¿en que habíamos quedado?”, “¡a la próxima te enteras!”, “ya van dos, a la tercera…”
  6. Los límites han de ser consistentes y congruentes. No decir un día una cosa y al otro otra. El pequeño ha de saber a qué atenerse. La consistencia y congruencia hacen que el niño sea capaz de predecir el resultado de sus actos y, de este modo, que comience a obrar en consecuencia, lo cual es necesario para diferenciar entre lo que es correcto y lo que es incorrecto. Se ha de evitar dejarle hacer lo que quiera cuando uno está de buen humor y no dejarle hacer nada cuando se está enfadado.
  7. Es bueno decidir que normas pueden ser negociables y cuáles no se pueden negociar. Eso lo han de decidir los propios padres.
  8. Los límites han de ser acordes a la edad del niño.
  9. Explicar el por qué de los límites, aunque no se puede esperar que el niño entienda estos motivos a la primera y que los asuma como válidos, por lo que es conveniente no enfrascarse en una discusión sobre el motivo por el que se establecen los mismos. Evitar decir: “¡porque lo digo yo!”

 

¿Cuándo han de ponerse los límites?

  1. Cuando una conducta afecta a su seguridad o la de otras personas. Por ejemplo: Asomarse mucho al balcón, meter los dedos en el enchufe, abrir la llave del gas, etc.
  2. Cuando obstaculizan la convivencia. Como poner la música muy alta…
  3. Cuando la conducta va contra la higiene o salud suya o de otros.
  4. Cuando es contrario a los valores de la sociedad. Aunque este punto pudiera ser algo más controvertido, es bueno que el niño aprenda y sepa que se va a encontrar en la sociedad, que cosas están penadas socialmente y cuáles no y que normas le atañan como miembro de esta sociedad.

 

Por último, cabe destacar en este artículo que, en muchas ocasiones, los padres encuentran la tarea de la crianza como algo dificultoso y a veces sienten que dicha tarea les sobrepasa. Estos, condicionados por sus expectativas, su educación y sus propias dificultades y problemas cotidianos, se pueden llegar a sentir desbordados y verse ante la necesidad de recurrir a la ayuda de un profesional. Llegado este punto, sería bueno que se dieran a conocer en este artículo las distintas posibilidades que existen para hacer frente a esta problemática. Primero, se puede recurrir a alguna escuela de padres, que suelen impartir educadores o psicólogos, donde se puede obtener una visión general sobre numerosos aspectos a tener en cuenta en la crianza de los hijos. Existe, además, la posibilidad de recurrir a la ayuda de un psicólogo, el cual podría ayudar, mediante la realización de un proceso de psicoterapia, al pequeño o incluso a los propios padres. Existen numerosos condicionantes a la hora de lidiar con la costosa tarea de la educación, los cuales están relacionados con la propia educación recibida, los modelos educativos que han sido observados y las propias expectativas de los padres hacia los hijos y el futuro de los mismos, o sea, que me gustaría que fueran, etc. Pero cabe destacar que no por haber aprendido un estilo concreto de educar, necesariamente este sea el más idóneo, al igual que el rechazar taxativamente todos los aspectos del que no nos gustó sea la mejor opción. Es por ello, para poner fin a este artículo, que resulte muy aconsejable que los propios padres se pregunten si, quizá, alguno de los problemas que afectan a su persona o a su vida cotidiana, o determinados condicionantes de su vida y de la educación recibida, afecta también a sus hijos y en qué manera les afecta y, llegado el caso, recurran a la ayuda de un profesional. Es fácil observar en el campo de la psicología clínica como, en numerosas ocasiones,  la problemática del pequeño no es más que la manifestación más visible de una problemática que se está dando en el conjunto de la familia, y sus relaciones, que quizá convendría subsanar.

 

 Autor: Juan Martínez Chacón

A continuación, puedes dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *